martes, 11 de febrero de 2014

Las rosas huelen a rosas

La tomé del brazo y tiré de ella con fuerzas, mientras las olas jugaban con nuestros pies. Ella me seguía a duras penas, dando tumbos por la arena y pidiéndome una y otra vez, entre risas, que parara. Y justo cuando iba a ser la sexta vez que lo repetía, paré en seco y ella chocó contra mi espalda. Me giré y la agarré de la cintura antes de que pudiera caer. Un leve sonrojo tiñó sus mejillas blancas como la nieve, y no pude evitar perderme en sus ojos azul cielo. La miré de arriba abajo exhaustivamente, y su sonrojo aumentó. Y es que desde su cabello hasta sus pies, ella era absolutamente perfecta. Ese pelo tan rebelde, danzando al son del viento, tan suave al tacto. Esos ojos tan hermosos, tan azules, tan profundos como el mismísimo océano. Esas mejillas tan sonrojadas, tan dulces, tan infantiles. Esos labios tan rosados, tan adorables, prometedores de tantos besos que aún no he probado. Ese cuello tan apetecible. Me imagino enterrando mi nariz en él y aspirando su aroma. ¿Las rosas huelen a rosas? Ese cuerpecito tan pequeño que da una enorme sensación de fragilidad y debilidad. Esas manos níveas, pequeñas y finas, tan hermosas como lo es ella misma. Y es que los pétalos son tan hermosos como lo es la propia rosa. 

Fue con su voz con lo que regresé a la realidad. Su voz deshizo el hechizo y cerré los ojos, sólo para volver a abrirlos y cerciorarme de dónde estaba. Estaba en la playa, rodeada de caracolas, con el sol a punto de ponerse y con el ruido de las olas como melodía de fondo. Y ella estaba delante de mí. Me miró a los ojos y sonrió, y yo sentí esa sonrisa como una nueva promesa.

-¿Puedo?-pregunté.

Ella asintió, algo avergonzada, y yo me incliné para besar su frente, luego su nariz y luego cada una de sus mejillas.

-¿Segura?

Volvió a asentir, y bajé delicadamente hasta sus labios, primero rozándolos, y profundizando ese beso a medida que el ansia se incrementaba. Ella comenzó a corresponderme, a mover sus labios al ritmo de los míos, creando un baile único. Tan único como el lugar y el momento en que estábamos. Sólo nosotras dos, las caracolas y las olas del mar. Y sólo nuestras respiraciones agitadas al separarnos por la falta de aire.

La miré a los ojos de nuevo, esbocé una pequeña sonrisa y la abracé con fuerza. Ella correspondió, rodeando con sus brazos mi espalda, y yo enterré la nariz en su cuello, como había estado deseando hacer desde hacía mucho tiempo. El aroma que emanaba me embriagó, y susurré:

-Las rosas huelen a rosas…

-¿Qué?-preguntó ella en voz baja, para no arruinar la magia del momento.

-Nada… que te amo-le dije al oído, acariciando con los labios su oreja. 

Ella sólo intensificó el abrazo, y yo no dije nada más. Nos quedamos en esa posición hasta que el sol se puso, y sólo entonces nos separamos y nos miramos la una a la otra. La tomé de la mano y volvimos a correr como al principio, yo delante y ella detrás de mí, acompañando la carrera con su melodiosa risa. 

Sólo que esta vez todo era diferente. Y, por una vez, no fue un sueño más.

Fue tan real como el más tierno de sus besos.

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