viernes, 30 de noviembre de 2012

Grand Roue-Relato

Es increíble la de vueltas que da la vida. Hace tan sólo dos años ingresé en la policía de París, y ahora estoy en la calle y sin un puto medio para buscarla. La administración acaba de decirme que estoy despedida. ¿Qué mierda es esta?

Estoy como al principio: sin pruebas, sin rastros y sin un curro del que poder mantenerme. Tengo que volver a encontrar algo como sea. Sigo viva sólo para encontrarla.

-¡Joder!-grito, pegándole un puñetazo a la pared de la comisaría. Unos agentes enseguida me llaman la atención-. Tranquilos, ya me voy de este puto antro.

Me despido con un gesto obsceno y salgo de allí con porte de reina, aunque por dentro estoy destrozada. Vuelvo a estar sin medios para investigar dónde cojones está Camille, y siento que cada día me encuentro más alejada de ella.

Suspiro y cierro los ojos, abrumada por el peso de las circunstancias, y comienzo a caminar por las calles sin rumbo.


-Quedamos a las seis en la Grand Roue, preciosa-dijo Avril, sonriendo y abrazando una almohada. Una respuesta se escuchó al otro lado del teléfono, y contestó-: ¡Yo te quiero más!-risas-. No, yo más-más risas-. Vaaaaaaaaaaale. Nos vemos allí, ¿eh? No llegues tarde.

Avril colgó el teléfono y se levantó de la cama entre risas tontas. Abrió el armario y comenzó a escoger ropa y tirar en la cama los conjuntos descartados. Finalmente se decantó por una camiseta negra de tirantas, unos shorts vaqueros y unas Vans negras. El estilo que cualquier chica de veinte años tendría. Se vistió y se miró al espejo. Su cabello pelirrojo resaltaba frente a una pálida piel colmada de pecas. Su juventud era palpable. Alegre, fue dando saltitos hasta la puerta de su piso. Fuera la esperaba una magnífica Vespa negra. Cerró la puerta del piso, arrancó la scooter y se dirigió a la Grand Roue de París.



Noto como mis piernas me llevan por las calles de París hasta el hermoso Jardín de las Tullerías, donde se encuentra la gran noria de París, la llamada Grand Roue. Sonrío, triste, recordando cada suceso vivido en esa gran rueda de la fortuna. 

Avril aparcó su scooter en una calle cercana al Jardín de las Tullerías, y se dedicó a observar lo hermoso que era aquel lugar. Y, sin lugar a dudas, desde las alturas, se veía aún más hermoso de lo que ya era. Sonriendo, se apostó delante del río Sena, llegando a la conclusión de esa tarde se veía brillante y claro.

Miró su reloj: las seis menos diez. Supuso que Camille estaría por llegar, así que paseó un rato. Volvió a mirar su reloj: seis y dos minutos. Seguramente habría pillado atasco. Siguió paseando. Su reloj marcaba las seis y diez. Las seis y media. Avril se preocupó y la llamó al móvil. Camille no respondía. Las siete. Las siete y diez. Volvió a llamar. Ninguna respuesta. Siete y media.

Avril salió de las Tullerías y se montó en su moto, dispuesta a ir a casa de Camille. Aparcó enfrente del edificio donde su novia vivía, se bajó y llamó a la puerta.

-¿Está Camille?

Fue su madre quien respondió:

-Camille se fue hace una hora. Dijo que habíais quedado.

Avril abrió los ojos, sorprendida.

-Habíamos quedado, pero no ha venido.

Un mal presentimiento se adueñó de ambas mujeres.



Las lágrimas se deslizan por mis ojos, veloces, sin que pueda hacer nada por detenerlas. Son dos años sin saber nada de ella. Dos crudos años, donde no he hecho más que buscarla. Dos años desde que dejé de ver su sonrisa y de sentir sus besos. Dos años desde que el calor de sus abrazos me abandonara, desde que sus ojos dejaran de mirarme. Dos años desde que mi vida y mi sonrisa se fueron con ella, adonde quiera que ésta haya ido a parar. Y es que la única vez que fui feliz fue cuando la conocí. Y sé que nunca más volveré a serlo.

Avril desmontó de su Vespa y entró en el Louvre. Esa mañana había una exposición de pintura muy interesante de un autor desconocido. Poca gente sabía que esa chica de aspecto rebelde y descuidado adoraba el arte. Se perdió entre las galerías, observando todos los cuadros de la exposición, y pronto pasó a ver otros cuadros que ya había visto miles de veces antes, y que nunca se cansaría de hacerlo.

*-*-*-*-*


La exposición había estado genial. El Louvre estaba muy lleno, pero ni la mitad de las personas que habían visitado el museo apreciaban el arte como lo hacía ella, y de eso estaba segura.

Miró su reloj. Aún era temprano, así que supuso que podría subir a la Grand Roue antes de volver a casa. De entre todos los lugares turísticos y monumentos de la bella París, la rueda de la fortuna era su favorito. Desde lo alto se podía observar toda la ciudad, y si bien te entraba una sensación algo mareante y claustrofóbica al estar a cien metros de altura dentro de una cabina, la sensación era inigualable allá arriba.

Corriendo, se dirigió a la cola para subir, y sin darse cuenta chocó con alguien. Cerró los ojos por instinto y cayó al suelo de culo. Cuando volvió a abrirlos, delante de ella había una chica morena en sus mismas condiciones. Se miraron y, sin poder evitarlo, comenzaron a reír. Ambas se levantaron y se disculparon la una con la otra, sin poder contener la risa.

-Lo siento-dijeron a la vez, y volvieron a reír.

-Soy Avril-la pelirroja dio el primer paso.

-Camille-replicó la morena.


Ese fue el inicio de todo. Cuando la conocí, fue como si unas cosquillas recorriesen mi estómago a sus anchas, me sentí feliz. Más que con el arte, más que observando París desde las alturas. Más, mucho más. Y todo eso había desaparecido en una tarde… una sola tarde.

La policía fue avisada de la desaparición de la pelinegra una vez pasadas 48 horas, 48 horas mortificantes para Avril. Se iniciaron las investigaciones, la policía de París se movilizó para buscar a la joven. Nunca dio resultados, y el mundo de Avril se derrumbó por completo. Se metió en la policía, todo en afán de buscarla, sin ningún resultado.

Levanto la vista y observo la Grand Roue delante de mí. Mis piernas me han traído solas. No me he dado cuenta siquiera de haber atravesado las Tullerías, o de haber pasado al lado del Sena, cuyo olor me trae paz. Sólo sé que he llegado, y que los recuerdos han ido inundando mi mente todo el camino.

Miro mi móvil, con un llanto incontrolable. La foto de nosotras dos abrazadas se ha mantenido como fondo de pantalla estos dos años. La gran sonrisa que luzco en esa foto me hace darme cuenta de una cosa: no voy a volver a ver a Camille. Cierro la tapa del móvil, me acerco con pasos robóticos al río Sena y dejo que la brisa me dé en el cabello. Observo mi rostro reflejado en las aguas del río, y veo que, a pesar de que sólo han pasado dos años, todo rastro de juventud se ha ido de mi cara. Mis ojos están vacíos, mis pecas ya no son alegres, mi cabello está descuidado, desarreglado, como si supiera que nadie volverá a acariciarlo. Mi sonrisa se ha ido para siempre, y yo ya no soy yo.

Entonces, estiro el brazo y abro la mano, dejando caer el teléfono a las apacibles aguas del Sena. Me doy la media vuelta y me alejo de la Grand Roue. Doy la espalda a mis recuerdos, a mi anterior vida. Doy la espalda para siempre a Camille, y también a mi felicidad. Doy la espalda a todo aquello que me hizo sonreír una vez.

Rueda de la fortuna… me diste la oportunidad de conocerla. ¿Por qué la hiciste desaparecer de mi vida?