domingo, 21 de octubre de 2012

Juntos para siempre-Relato

Dejé la botella de cerveza en la mesa y miré a Alicia. Sonriendo como un idiota, y con la mente muy nublada, le dije:

-¿Un paseíto en moto, hermanita?

-Matías, no estás como para ir en moto.

-No va a pasar nada. No seas cobarde.

-Matías… no.

-Vamos.

-¡No!

-Está bien, pues iré yo solo.

Me levanté del sofá, chocando con la mesa y derramando la cerveza. Era la quinta que me tomaba esa noche. Alicia me miró desesperada, porque sabía que iba a cometer una locura y no sabía cómo detenerme. Me agarró por el brazo y me dijo que no lo hiciera.

Me giré bruscamente y la miré a los ojos, cerca de su cara. Exhalé mi aliento sobre ella, un aliento que olía a alcohol, y le dije:

-Haré lo que me dé la gana, y tú, hermanita, no eres nadie para impedírmelo.

-Matías, por favor…

-¡Basta!

Acorté distancias y la besé. La besé con pasión y todo lo que yo sentía entregado en ese beso. Ella se separó bruscamente de mí, negando con la cabeza.

-Somos hermanos…

-…hermanastros, Alicia-la corregí.

-No está bien…

Suspiré, derrotado. Me di la media vuelta y me dirigí hacia el garaje. Abrí la puerta y me encontré con la maravillosa Harley de mi padre. Sonreí, cogí las llaves de la mesa y me monté con cuidado en la moto, admirándola. Metí las llaves en el contacto, abrí la puerta que daba a la calle mediante control remoto, me puse el casco y salí. 

Era una noche hermosa, y el viento me golpeaba fuertemente. Sentía la libertad y la adrenalina correr por mis venas, sentía que por un momento Alicia no existía. Nada existía. Y fue ese mismo momento el que lo cambió todo.

Alicia, corriendo detrás de mí, gritó:

-Matías, ¡FRENA!

Después, oscuridad. Nada más que oscuridad.

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Sentía ganas de taparme los oídos, pero no podía moverme. A mi alrededor oía palabras y llantos intensificados. No entendía nada. Entonces, una voz se alzó sobre las demás, no más alta, sino más entendible:

-¿Qué va a pasar con él?

-Estará más tiempo en UCI. No podemos asegurar que se salve, pero lo intentaremos. Haremos todo lo que podamos. Ahora, por favor, haga el favor de salir de aquí.

-¡NO! ¡SÉ QUE ÉL PUEDE OÍRME!

Y la propietaria de aquella voz se abalanzó sobre mí, llorando como una histérica y gritándome al oído:

-¡Matías! ¡Sé que puedes oírme! Matías, escúchame… ¡no puedes rendirte! ¡Tienes que salir de esta! Matías… tienes que sobrevivir, por favor. Te quiero. Te necesito.

A medida que ella hablaba, su voz iba bajando de tono hasta que las últimas palabras se convirtieron en murmullos. Apenas sentía nada. Dejé de oírla, dejé de sentir cómo me abrazaba, y entonces me entregué al sueño.

Fuera, todo era un caos. Un horrible pitido proveniente del monitor cardíaco resonaba por toda la sala, alterando aún más a la chica. Los médicos la apartaron y se abalanzaron hacia el joven tumbado en la camilla. Apenas se le veía, pues estaba conectado a muchas máquinas. Llegaron hasta él y él médico comenzó a dar órdenes al resto del equipo médico. La joven se desmayó, y un par de enfermeras la sacaron a rastras.

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Alicia se levantó rápidamente de la silla al ver salir al médico de la sala. Fue corriendo hacia él y le dijo atropelladamente:

-¿Cómo está?

El doctor bajó la cabeza y, suspirando, dijo:

-Lo siento, señorita. No hemos podido hacer nada por Matías. Ha fallecido.

Alicia le miró, con los ojos a punto de desbordarse en lágrimas:

-Dígame que es broma. ¡Dígame que me ha mentido, que está bien y podrá volver a casa!

-Lo siento-se limitó a contestar.

Alicia cayó al suelo, destrozada. Lo que ella más amaba se lo habían arrebatado. Su hermanastro, el chico que la hacía sonreír y de quien estaba enamorada había muerto. Todo había perdido su sentido, y ella era una cobarde por no haberle dicho esa fatídica noche que realmente también le quería, y que no cogiera la moto, sino que se quedase con ella. Ella era la culpable de su muerte, ella y sólo ella.

Se levantó lentamente y miró al frente. Dejó resbalar las últimas lágrimas y echó a correr escaleras arriba, hasta dirigirse a la planta de descanso. Abrió la puerta de la terraza rápidamente y se situó en la azotea. Dio unos paso hasta ponerse delante de la baranda del hospital, y susurró:

-Matías, pronto estaré contigo… Pronto estaremos juntos…

Y dejó caer su cuerpo hacia adelante, con una sonrisa húmeda.

Abajo, un golpe y el sonido de la alarma de un coche resonaron en el medio de la noche.

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