lunes, 16 de julio de 2012

Ojos de plata-Relato corto

Alejandra se acurrucó en la ventana, alzando sus ojos al cielo. Era medianoche, y la Luna brillaba en lo alto del cielo, llenando todo de su color plateado, incluso los ojos de la joven. Todas y cada una de las noches, desde hacía años, Alejandra se sentaba en el alféizar de la ventana y comenzaba a susurrarle a la Luna todos sus problemas, sueños y ambiciones. 

-...pero me estoy cansando de esperar...-susurró.

La Luna la observaba muda desde el cielo. Obviamente, no podía responderle, pero Alejandra sentía cómo era la única que la comprendía y escuchaba, y la ayudaba el hecho de contarle sus problemas a alguien o algo... aunque fuera un astro.

Tras un largo rato, Alejandra se bajó del alféizar, se despidió quedamente de la Luna, cerró las cortinas y se metió en la cama, quedando profundamente dormida a los pocos minutos.

En ese mismo instante, un pequeño resplandor plateado refulgó en la habitación de la chica, desapareciendo tras unos segundos, pero ella no se dio cuenta porque tenía un sueño profundo. En lugar del resplandor apareció una diminuta chiquilla, con el pelo rubio y ondulado, vestida con pantalones blancos y chaqueta amarilla y piel muy blanca, que se encaminó corriendo hacia la cama todo lo rápido que sus pequeñas piernas le permitían. Se encaramó en esta y subió hacia el hombro de Alejandra, para después dirigirse hacia la cara. Ésta siguió sin despertar. La chiquilla sacó de un pequeño bolso marrón un lápiz rojo que brillaba, y lo acercó a los labios de la joven. Moviéndolo podía conseguir que los labios de Alejandra tuvieran muchas formas diferentes, pero con una pequeña risa cantarina, la diminuta chiquilla dejó de juguetear con su lápiz mágico y la forma que quedó fue...

...una sonrisa.

Viendo su labor cumplido, guardó el lápiz de nuevo en el bolso, le dio un besito en la nariz, bajó de la cama y volvió a desaparecer entre destellos plateados, quedando esta última frase en el aire:

-Dulces sueños, Alejandra.

Ésta se removió en la cama.



Alejandra entró a un local no muy lleno, donde pensó que se sentiría tranquila. Fue a la barra y pidió una copa, se la sirvieron y se sentó en un sofá a observar a los rebeldes bailarines que estaban en la pista.

Siempre le había gustado ese local, y quedaban muy pocos. Cuando era pequeña se perdió y fue a parar ahí, y una gran variedad de música acogió su llegada, envolviéndola en su seno con grupos como Queen, Guns N’ Roses, Nirvana o Bon Jovi. Fuera, el letrero decía: “World of rock”, y dentro, situado al lado de la entrada, había un cartel que rezaba así: “Welcome to the world of rock”. Aquel sitio estaba lleno de fotos de artistas, y tenía una pista de baile y al fondo un escenario con dos guitarras, un bajo, una batería, un teclado y un micrófono, y al lado de estos, unos amplificadores. En una esquina del local se hallaban unos grandes altavoces conectados a una minicadena, con un montón de discos desperdigados de las más distintas bandas de rock de épocas variadas.

Aquel era su santuario, un lugar donde se sentía comprendida por gente a la que, a pesar de no conocer, sabía que con ellos tenía algo en común: su amor por la música.

La canción que sonaba en ese instante (Smells Like Teen Spirit-Nirvana) acabó, dando paso a un tema menos duro. Alejandra abrió los ojos sorprendida. Era una de sus canciones favoritas (I was born to love you-Queen). La música arrastró a varias parejas a la pista de baile y ella los miró, sonriendo, sin percatarse de la presencia de una persona delante suya. Cuando al fin le miró, vio a un chico de unos dieciséis o diecisiete años alto, moreno, de ojos verdes y con una camiseta de Queen, que le tendió una mano y le dijo:

-¿Me concede este baile, hermosa dama?





Alejandra abrió los ojos y se los frotó con el dorso de la mano. Esa mañana se había despertado feliz, así que se vistió con una camiseta de Queen y unos shorts negros, unas botas del mismo color y el cabello suelto. Hizo la cama, arregló su habitación y bajó a desayunar a la cocina (cosa que no era para nada su costumbre). Estaba sola en casa, porque ni su hermana Adriana ni sus padres se hallaban en ella, así que se puso a echarse unas partiditas en la Play hasta la hora de comer. Comió una ensalada y volvió a la Play. Su familia seguía sin volver y no se había molestado en avisarla (muy típico), pero le dio igual. Cuando dieron las diez de la noche, dejó la Play de lado y se decidió a salir con la misma vestimenta de todo el día.

Caminó por las calles y se dirigió, aparentemente, a ningún lugar en concreto, cuando sintió que algo estaba haciendo sombra entre la luna y ella. Miró hacia el cielo y encontró a una chiquilla diminuta volando, literalmente, hacia el astro. Se giró lentamente, le dirigió una sonrisa y siguió volando. Alejandra siguió mirando hacia el cielo hasta que la chiquilla desapareció, y entonces lo comprendió todo.

Se dirigió hacia el local “World of rock".

Antes de entrar, miró a la Luna una vez más, y sus ojos despidieron un brillo plateado. Silenciosamente le dio las gracias y se adentró al santuario de la música. Su santuario.

Sabía lo que encontraría dentro.

Sus ganas de seguir adelante, lo que le diera sentido a su vida.

La Luna se lo había mostrado en un sueño y, por una vez, sus sueños se harían realidad.