domingo, 30 de diciembre de 2012

Bed of roses

Es un songfic de la canción Bed of roses de Bon Jovi. Pretende evocar cómo se sintió Jon a la hora de escribir esta canción.





Me siento delante del piano y presiono las teclas en un conjunto de melodías disonantes que se amontonan en mi mente, aumentando el dolor. Aún tengo el alcohol en la cabeza, pero no consigo olvidarla. Su cabello rubio y sus ojos verdes como esmeraldas se han quedado grabados a fuego en mi corazón. Cuando desperté ya no estaba; comienzo a pensar que no fue más que un sueño. Pero lo siento tan real que aún creo tenerla en mi cama.

Sitting here wasted and wounded
at this old piano
trying hard to capture the moment
this morning I don't know
'cause a bottle of vodka's
still lodge in my head
and some blond gave me nightmares
I think she's still in my bed.


Sí, realmente me encuentro cansado, y también algo perdido. Porque nadie diría que, sentado en la barra del bar, ella me sonreiría de esa manera. Sonrisa de dientes blancos y textura sincera, pero todas las promesas de amor que pudimos habernos hecho ya quedaron olvidadas. 


As I dream about movies
they won't make of me
when I'm dead.

With an ironclad fist I wake up
and French kiss the morning
while some marching bands keeps
it's own beat in my head
while we're talkin'
about all of the things that I long to believe,
about love the truth and
what you mean to me
and the truth is...
Baby you're all that I need.


Y es que allí sentada era perfecta. Oh, viejo piano, ¿cómo describirla? ¿Y cómo describir lo que sentí al verla allí sola, sonriendo de manera ausente?


I wanna lay you down in a bed of roses.
For tonight I sleep on a bed of nails.
I wanna be just a close as
the Holy Ghost is
and lay you down on a bed of roses.


Ahora, lo único que conservo de ella son recuerdos y un número de teléfono. Y ojalá los teléfonos nos pudieran transportar a donde queremos porque mi único deseo es que estemos juntos. Pero estamos tan lejos que temo que cada paso me aleje más de la ella y me lleve de vuelta a casa. Lo que daría cada noche por verla de nuevo...


Well I'm so far away
that each step that I take is on my way home
a kings ransom in dimes I'd give each night
just to see throught this payphone.
Still I run out of time
or it's hard to het throught
till the bird on the wire flies me back to you
I'll just close my eyes and whisper
Baby blind love is true.


Tan perfecta que esta noche era sólo para los dos. Y ardía en deseos de tumbarla en la cama, y llenarla de besos, besos como pétalos de rosa, besos que no se olviden fácilmente. Sabía que al día siguiente no estaría. Simplemente quería disfrutar del momento.


I wanna lay you down in a bed of roses.
For tonight I sleep on a bed of nails.
I wanna be just a close as
the Holy Ghost is
and lay you down on a bed of roses.


Y también la resaca parece haber desaparecido, pues ahora ya sólo conservo lo que no sé si fue real o imaginado.


The hotel hangover whiskey's gone dry.
The barkeepers wig's crooked
and she's giving me the eye.
I might have said yeah
but I loughed so hard I think I died.


Sea como fuere, quiero que sepa que estaré pensando en ella. Que querré volver a su lado, volver a vivir lo vivido, y lo haría mil veces más. Esta noche no estuve solo, y fue gracias a ella.


While you close your eyes
know I'll be thinking about you
while my mistress she calls me
to stand in her spotlight again.
Tonight I won't be alone
but you know that don't mean
I'm not lonely.
I've got nothing to prove
for it's you that I'd die to defend.


Detengo momentáneamente la melodía, mientras las memorias salen a flote. Si en algún lado ella escucha esta canción... quiero que recuerde que sólo deseo tumbarla en una cama de rosas.


I wanna lay you down in a bed of roses.
For tonight I sleep on a bed of nails.
I wanna be just a close as
the Holy Ghost is
and lay you down on a bed of roses.


Sólo en una cama de rosas...


I wanna lay you down in a bed of roses.
For tonight I sleep on a bed of nails.
I wanna be just a close as
the Holy Ghost is
and lay you down... on a bed of roses...

domingo, 9 de diciembre de 2012

Amigas para siempre. Capítulo I.

Tais se dirigió hacia mí seguida, como siempre, de sus habituales perritos falderos. Esa chica rodeada de muchachas plásticas y vacías era, aunque no lo pareciera, mi mejor amiga desde que llegué a la ciudad. Yo siempre he sido una muchacha marginada, callada y sin apenas vida social; por eso, en su día, me sorprendió sobremanera que Tais se acercara a mí.

Tais era una chica rubia y de profundos ojos verdes. Era una persona sin problemas económicos, porque su padre dirigía una gran empresa. Tampoco tenía problemas sociales, porque era hermosa y su dinero atraía a un montón de buitres. Aun así, la conocía mejor que nadie y sabía que no soportaba a esas arrastradas que tenía por "amigas", pero si andaba con ellas era sólo por mantener su reputación. No la culpaba, nadie quería ser como "la amargada de 4-A", o sea, yo. Sí... la mayoría me conocía por ese nombre, y yo ya me había acostumbrado.

Sin saber cómo, porque no estuve prestando atención, Tais se libró de las ratas con las que venía y caminó hacia mí con una gran sonrisa.

-¡Hola, Abigail!

Yo le sonreí y saludé de vuelta.

-¿Qué les has dicho para que se fueran?-pregunté, refiriéndome al grupo de sacos de maquillaje que se ha dispersado hace un momento (sí, las nombraba con tanto cariño... no sabía ni sus nombres, no me interesaba).

-Que ahora tenía que ir a la biblioteca y estaría ocupada. Que, si eso, ya hablaríamos luego. Ya sabes, la palabra "biblioteca" es veneno para ellas-respondió, riendo a carcajadas.

Yo me reí a mi vez, mostrando unos dientes que, al lado de los de mi amiga, parecían desiguales, disparejos y sucios. Ella me tomó de la mano y nos dirigimos fuera del edició, hacia un lugar del patio oculto por los árboles. Adoraba ese sitio, nunca venía a molestarnos nadie.

*-*-*-*


Tras quince minutos de recreo, Tais y yo nos vimos obligada a regresar a las clases, que discurrirían aburridas, como siempre, porque no estaríamos juntas. Volvimos al instituto entre risas y, de repente...

-¡Tais! ¿Qué haces con la amargada de 4-A?

Una de sus "amigas" nos había visto juntas, y nos lanzó esa pregunta con voz nasal y veneno impregnado en cada palabra, mientras yo me sentía pequeña ante su mirada de asco.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Grand Roue-Relato

Es increíble la de vueltas que da la vida. Hace tan sólo dos años ingresé en la policía de París, y ahora estoy en la calle y sin un puto medio para buscarla. La administración acaba de decirme que estoy despedida. ¿Qué mierda es esta?

Estoy como al principio: sin pruebas, sin rastros y sin un curro del que poder mantenerme. Tengo que volver a encontrar algo como sea. Sigo viva sólo para encontrarla.

-¡Joder!-grito, pegándole un puñetazo a la pared de la comisaría. Unos agentes enseguida me llaman la atención-. Tranquilos, ya me voy de este puto antro.

Me despido con un gesto obsceno y salgo de allí con porte de reina, aunque por dentro estoy destrozada. Vuelvo a estar sin medios para investigar dónde cojones está Camille, y siento que cada día me encuentro más alejada de ella.

Suspiro y cierro los ojos, abrumada por el peso de las circunstancias, y comienzo a caminar por las calles sin rumbo.


-Quedamos a las seis en la Grand Roue, preciosa-dijo Avril, sonriendo y abrazando una almohada. Una respuesta se escuchó al otro lado del teléfono, y contestó-: ¡Yo te quiero más!-risas-. No, yo más-más risas-. Vaaaaaaaaaaale. Nos vemos allí, ¿eh? No llegues tarde.

Avril colgó el teléfono y se levantó de la cama entre risas tontas. Abrió el armario y comenzó a escoger ropa y tirar en la cama los conjuntos descartados. Finalmente se decantó por una camiseta negra de tirantas, unos shorts vaqueros y unas Vans negras. El estilo que cualquier chica de veinte años tendría. Se vistió y se miró al espejo. Su cabello pelirrojo resaltaba frente a una pálida piel colmada de pecas. Su juventud era palpable. Alegre, fue dando saltitos hasta la puerta de su piso. Fuera la esperaba una magnífica Vespa negra. Cerró la puerta del piso, arrancó la scooter y se dirigió a la Grand Roue de París.



Noto como mis piernas me llevan por las calles de París hasta el hermoso Jardín de las Tullerías, donde se encuentra la gran noria de París, la llamada Grand Roue. Sonrío, triste, recordando cada suceso vivido en esa gran rueda de la fortuna. 

Avril aparcó su scooter en una calle cercana al Jardín de las Tullerías, y se dedicó a observar lo hermoso que era aquel lugar. Y, sin lugar a dudas, desde las alturas, se veía aún más hermoso de lo que ya era. Sonriendo, se apostó delante del río Sena, llegando a la conclusión de esa tarde se veía brillante y claro.

Miró su reloj: las seis menos diez. Supuso que Camille estaría por llegar, así que paseó un rato. Volvió a mirar su reloj: seis y dos minutos. Seguramente habría pillado atasco. Siguió paseando. Su reloj marcaba las seis y diez. Las seis y media. Avril se preocupó y la llamó al móvil. Camille no respondía. Las siete. Las siete y diez. Volvió a llamar. Ninguna respuesta. Siete y media.

Avril salió de las Tullerías y se montó en su moto, dispuesta a ir a casa de Camille. Aparcó enfrente del edificio donde su novia vivía, se bajó y llamó a la puerta.

-¿Está Camille?

Fue su madre quien respondió:

-Camille se fue hace una hora. Dijo que habíais quedado.

Avril abrió los ojos, sorprendida.

-Habíamos quedado, pero no ha venido.

Un mal presentimiento se adueñó de ambas mujeres.



Las lágrimas se deslizan por mis ojos, veloces, sin que pueda hacer nada por detenerlas. Son dos años sin saber nada de ella. Dos crudos años, donde no he hecho más que buscarla. Dos años desde que dejé de ver su sonrisa y de sentir sus besos. Dos años desde que el calor de sus abrazos me abandonara, desde que sus ojos dejaran de mirarme. Dos años desde que mi vida y mi sonrisa se fueron con ella, adonde quiera que ésta haya ido a parar. Y es que la única vez que fui feliz fue cuando la conocí. Y sé que nunca más volveré a serlo.

Avril desmontó de su Vespa y entró en el Louvre. Esa mañana había una exposición de pintura muy interesante de un autor desconocido. Poca gente sabía que esa chica de aspecto rebelde y descuidado adoraba el arte. Se perdió entre las galerías, observando todos los cuadros de la exposición, y pronto pasó a ver otros cuadros que ya había visto miles de veces antes, y que nunca se cansaría de hacerlo.

*-*-*-*-*


La exposición había estado genial. El Louvre estaba muy lleno, pero ni la mitad de las personas que habían visitado el museo apreciaban el arte como lo hacía ella, y de eso estaba segura.

Miró su reloj. Aún era temprano, así que supuso que podría subir a la Grand Roue antes de volver a casa. De entre todos los lugares turísticos y monumentos de la bella París, la rueda de la fortuna era su favorito. Desde lo alto se podía observar toda la ciudad, y si bien te entraba una sensación algo mareante y claustrofóbica al estar a cien metros de altura dentro de una cabina, la sensación era inigualable allá arriba.

Corriendo, se dirigió a la cola para subir, y sin darse cuenta chocó con alguien. Cerró los ojos por instinto y cayó al suelo de culo. Cuando volvió a abrirlos, delante de ella había una chica morena en sus mismas condiciones. Se miraron y, sin poder evitarlo, comenzaron a reír. Ambas se levantaron y se disculparon la una con la otra, sin poder contener la risa.

-Lo siento-dijeron a la vez, y volvieron a reír.

-Soy Avril-la pelirroja dio el primer paso.

-Camille-replicó la morena.


Ese fue el inicio de todo. Cuando la conocí, fue como si unas cosquillas recorriesen mi estómago a sus anchas, me sentí feliz. Más que con el arte, más que observando París desde las alturas. Más, mucho más. Y todo eso había desaparecido en una tarde… una sola tarde.

La policía fue avisada de la desaparición de la pelinegra una vez pasadas 48 horas, 48 horas mortificantes para Avril. Se iniciaron las investigaciones, la policía de París se movilizó para buscar a la joven. Nunca dio resultados, y el mundo de Avril se derrumbó por completo. Se metió en la policía, todo en afán de buscarla, sin ningún resultado.

Levanto la vista y observo la Grand Roue delante de mí. Mis piernas me han traído solas. No me he dado cuenta siquiera de haber atravesado las Tullerías, o de haber pasado al lado del Sena, cuyo olor me trae paz. Sólo sé que he llegado, y que los recuerdos han ido inundando mi mente todo el camino.

Miro mi móvil, con un llanto incontrolable. La foto de nosotras dos abrazadas se ha mantenido como fondo de pantalla estos dos años. La gran sonrisa que luzco en esa foto me hace darme cuenta de una cosa: no voy a volver a ver a Camille. Cierro la tapa del móvil, me acerco con pasos robóticos al río Sena y dejo que la brisa me dé en el cabello. Observo mi rostro reflejado en las aguas del río, y veo que, a pesar de que sólo han pasado dos años, todo rastro de juventud se ha ido de mi cara. Mis ojos están vacíos, mis pecas ya no son alegres, mi cabello está descuidado, desarreglado, como si supiera que nadie volverá a acariciarlo. Mi sonrisa se ha ido para siempre, y yo ya no soy yo.

Entonces, estiro el brazo y abro la mano, dejando caer el teléfono a las apacibles aguas del Sena. Me doy la media vuelta y me alejo de la Grand Roue. Doy la espalda a mis recuerdos, a mi anterior vida. Doy la espalda para siempre a Camille, y también a mi felicidad. Doy la espalda a todo aquello que me hizo sonreír una vez.

Rueda de la fortuna… me diste la oportunidad de conocerla. ¿Por qué la hiciste desaparecer de mi vida?

domingo, 21 de octubre de 2012

Juntos para siempre-Relato

Dejé la botella de cerveza en la mesa y miré a Alicia. Sonriendo como un idiota, y con la mente muy nublada, le dije:

-¿Un paseíto en moto, hermanita?

-Matías, no estás como para ir en moto.

-No va a pasar nada. No seas cobarde.

-Matías… no.

-Vamos.

-¡No!

-Está bien, pues iré yo solo.

Me levanté del sofá, chocando con la mesa y derramando la cerveza. Era la quinta que me tomaba esa noche. Alicia me miró desesperada, porque sabía que iba a cometer una locura y no sabía cómo detenerme. Me agarró por el brazo y me dijo que no lo hiciera.

Me giré bruscamente y la miré a los ojos, cerca de su cara. Exhalé mi aliento sobre ella, un aliento que olía a alcohol, y le dije:

-Haré lo que me dé la gana, y tú, hermanita, no eres nadie para impedírmelo.

-Matías, por favor…

-¡Basta!

Acorté distancias y la besé. La besé con pasión y todo lo que yo sentía entregado en ese beso. Ella se separó bruscamente de mí, negando con la cabeza.

-Somos hermanos…

-…hermanastros, Alicia-la corregí.

-No está bien…

Suspiré, derrotado. Me di la media vuelta y me dirigí hacia el garaje. Abrí la puerta y me encontré con la maravillosa Harley de mi padre. Sonreí, cogí las llaves de la mesa y me monté con cuidado en la moto, admirándola. Metí las llaves en el contacto, abrí la puerta que daba a la calle mediante control remoto, me puse el casco y salí. 

Era una noche hermosa, y el viento me golpeaba fuertemente. Sentía la libertad y la adrenalina correr por mis venas, sentía que por un momento Alicia no existía. Nada existía. Y fue ese mismo momento el que lo cambió todo.

Alicia, corriendo detrás de mí, gritó:

-Matías, ¡FRENA!

Después, oscuridad. Nada más que oscuridad.

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Sentía ganas de taparme los oídos, pero no podía moverme. A mi alrededor oía palabras y llantos intensificados. No entendía nada. Entonces, una voz se alzó sobre las demás, no más alta, sino más entendible:

-¿Qué va a pasar con él?

-Estará más tiempo en UCI. No podemos asegurar que se salve, pero lo intentaremos. Haremos todo lo que podamos. Ahora, por favor, haga el favor de salir de aquí.

-¡NO! ¡SÉ QUE ÉL PUEDE OÍRME!

Y la propietaria de aquella voz se abalanzó sobre mí, llorando como una histérica y gritándome al oído:

-¡Matías! ¡Sé que puedes oírme! Matías, escúchame… ¡no puedes rendirte! ¡Tienes que salir de esta! Matías… tienes que sobrevivir, por favor. Te quiero. Te necesito.

A medida que ella hablaba, su voz iba bajando de tono hasta que las últimas palabras se convirtieron en murmullos. Apenas sentía nada. Dejé de oírla, dejé de sentir cómo me abrazaba, y entonces me entregué al sueño.

Fuera, todo era un caos. Un horrible pitido proveniente del monitor cardíaco resonaba por toda la sala, alterando aún más a la chica. Los médicos la apartaron y se abalanzaron hacia el joven tumbado en la camilla. Apenas se le veía, pues estaba conectado a muchas máquinas. Llegaron hasta él y él médico comenzó a dar órdenes al resto del equipo médico. La joven se desmayó, y un par de enfermeras la sacaron a rastras.

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Alicia se levantó rápidamente de la silla al ver salir al médico de la sala. Fue corriendo hacia él y le dijo atropelladamente:

-¿Cómo está?

El doctor bajó la cabeza y, suspirando, dijo:

-Lo siento, señorita. No hemos podido hacer nada por Matías. Ha fallecido.

Alicia le miró, con los ojos a punto de desbordarse en lágrimas:

-Dígame que es broma. ¡Dígame que me ha mentido, que está bien y podrá volver a casa!

-Lo siento-se limitó a contestar.

Alicia cayó al suelo, destrozada. Lo que ella más amaba se lo habían arrebatado. Su hermanastro, el chico que la hacía sonreír y de quien estaba enamorada había muerto. Todo había perdido su sentido, y ella era una cobarde por no haberle dicho esa fatídica noche que realmente también le quería, y que no cogiera la moto, sino que se quedase con ella. Ella era la culpable de su muerte, ella y sólo ella.

Se levantó lentamente y miró al frente. Dejó resbalar las últimas lágrimas y echó a correr escaleras arriba, hasta dirigirse a la planta de descanso. Abrió la puerta de la terraza rápidamente y se situó en la azotea. Dio unos paso hasta ponerse delante de la baranda del hospital, y susurró:

-Matías, pronto estaré contigo… Pronto estaremos juntos…

Y dejó caer su cuerpo hacia adelante, con una sonrisa húmeda.

Abajo, un golpe y el sonido de la alarma de un coche resonaron en el medio de la noche.

sábado, 20 de octubre de 2012

Nunca más-Relato corto

Una vez más, bajó la cabeza y aceptó las cuchilladas que él le lanzaba. Simples palabras, unión de letras y caracteres que, día a día, le hacían daño. ¿Y qué más podía hacer, sino cargar con ello? Después de todo, todo lo que él le hiciera o dijera era su culpa. Su maldita culpa.

Era ella la que había estropeado el guiso esa mañana. Y la que había quemado sin querer su camisa el anterior. La que había dejado polvo en su sillón favorito, el sillón donde él sentaba su gordo culo y comenzaba a mandarle cosas. Una y otra vez. Y, cuando no era capaz de hacerlas, siempre lo mismo: una bofetada. Palabras hirientes. Dolorosas. Un presente cruel, y un futuro aterrador que se le venía encima.


¿Cómo fue que acabó metida dentro de todo esto? ¿Cómo fue que ella se resignó a pensar que no encontraría nada mejor? A día de hoy no lo sabe siquiera. No sabe por qué dejaba que él hiciera caer su mandato sobre ella. No sabe por qué dejaba que le hiciera daño. Y, sin embargo, desde que aquel otro hombre apareció en su vida, todo cambió para bien.


Helena le conoció una tarde en que había salido a hacer la compra mensual. Como siempre, sola. Su marido había decidido quedarse con el culo postrado en el sillón y una cerveza en la mano, viendo el fútbol. Ella suspiró y bajó las escaleras para dirigirse hacia el supermercado. Ni muy arreglada ni poco. Sin maquillaje en la cara que pudiera ocultar sus ojeras y sus labios que dibujaban sonrisas tristes como saludo a los vecinos. Entre un paso y otro, pasos que no se daba mucha cuenta de que daba, pasos automáticos de ida y vuelta a casa, llegó al supermercado y se dispuso a entrar con la mirada gacha. Fue entonces cuando sucedió. Helena chocó con aquel hombre castaño y alto y cayó al suelo. Se protegió la cabeza ante la espera de un golpe. Un golpe que no llegó. Abrió los ojos lentamente y vio a aquel hombre delante de ella, tendiéndole la mano.


-¿Está bien?


Helena asintió, cogió la mano de aquel hombre y se levantó, ayudada por un tirón que él le dio.


-Lo lamento, no la vi. Mi nombre es Ethan.


-Helena-respondió ella, a su vez, alzando la cara hacia él-. Y… puedes hablarme de tú. No soy tan vieja.


Ethan la miró. Vio su cara demacrada, su sonrisa triste que no llegaba a los ojos. Vio su mirada llena de un dolor apenas soportable. Y vio el moratón en la mejilla. Sin planearlo previamente, avanzó su mano y la puso en la mejilla de la mujer.


-¿Esto te lo he hecho yo en la caída o algo?-Ethan sabía que no. No tenía pinta de ser reciente.


-No… no te preocupes. Fue en casa. Un accidente-Helana sabía que no. Que no era un accidente. E Ethan también lo sabía.


-No te creo-le salió solo. Helena se alarmó-. ¿Cómo fue que te hiciste esto?


Ella suspiró y cerró los ojos, ordenando ideas. Deseaba decirlo, por sacárselo de adentro de una vez por todas. Y, a la vez, deseaba no decirlo. Temía las consecuencias.


-Mi… marido-dijo, al fin.


Ethan abrió los ojos considerablemente y se la llevó fuera del establecimiento. La guió hacia un parque, mientras ella iba detrás como una autómata, y la sentó en un banco.


-Soy simplemente un desconocido, pero puedes confiar en mí. Te lo prometo.


Helena apoyó el rostro en las manos, cansada. Y su relato de dolor y sufrimiento dio comienzo.



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-Helana…-Ethan la miró, suplicante-. Debes denunciar.


-¿Y si todo acaba mal? ¿Y si va a peor?


Ethan sonrió y le tomó las manos.


-Todo marchará bien. Ven, yo te acompañaré a comisaría. Terminará, ya lo verás.


Caminaron juntos hacia aquel lugar y, tras unos diez minutos de caminata, vislumbraron la comisaría. Avanzaron unos pasos y Helena, temerosa, entró, animada por Ethan. La recibió un chico joven, y ella, algo más decidida que antes, miró a Ethan y dijo:


-Vengo a poner una denuncia.


Y volvió a comenzar su relato. Un relato que, sin embargo, esta vez venía acompañado de punto y final.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Brillar-Relato corto

El panorama en la calle no podía ser más triste. Nevaba y la gente pasaba por las calles con prisa, casi empujándose, para llegar a tiempo a sus hogares tras el fin de la jornada laboral.

En el mundo adulto todo eran prisas, y eso Estella no lo entendía. No entendía los males del mundo. No entendía las guerras, no entendía por qué la gente pasaba frío en las calles, no entendía las muertes, la maldad, la arrogancia, la hipocresía. No podía entenderlo, pues tan sólo tenía nueve años.

Sin darse cuenta, las lágrimas comenzaron a bañar su rostro, y se fueron helando a medida que resbalaban. Caminó sin saber adónde ir. Ella sólo quería reencontrar a sus padres. Que volvieran a la vida. Aún no se hacía a la idea de que estaban muertos, y de que la habían dejado sola. No entendía tampoco quiénes eran los que les habían arrebatado la vida, ni por qué.

Entonces, deseó ser como un sol. Un sol que, con su luz, guiara a toda la humanidad por el buen camino, porque sabía que se estaban perdiendo. Que se estaban destruyendo. Un sol que les diera a conocer que estaban errando, que no conseguirían ser felices mediante muertes y armas.

Una mujer la paró en medio de la calle, y ella dejó de caminar. La mujer, al verla con el rostro inundado en llanto, le preguntó:

-Pequeña, ¿por qué lloras?

Y Estella, a pesar de no conocer de nada a aquella mujer, se lo contó:

-Porque quiero brillar. Quiero brillar para dar luz a la oscuridad de los hombres…

La mujer, conmovida ante la confesión de una niña pequeña, sonrió, le acarició la cara y dijo:

-Pues salta. Ve hacia arriba. No podrás brillar si no alcanzas las estrellas, y no las alcanzarás si te quedas abajo, llorando y lamentándote. Salta y deja todo atrás. Sigue adelante. Sé que harás algo grande.

La niña sonrió ante las palabras de la mujer, y cada una siguió su camino.

Entonces, Estella tomó la determinación de que estar triste no le serviría de nada. No le serviría para traer de vuelta a su familia, ni para subsanar todos los errores de la humanidad. Llorar no le serviría de nada, sólo opacaría su luz.

Y, ante ese pensamiento, Estella sintió nacer dentro de sí un cándido resplandor.

Ese día, todo cambiaría.

Adiós-Microrrelato

Eleine me miró. Sonreía con los labios, pero en su mirada había un dolor profundo. ¿Cuánto podía ser el dolor de una despedida? No creía posible que volviéramos a vernos. Al fin y al cabo, ella estaba mirando al vacío. Y yo no estaba allí. Porque yo estaba muerto, y era consciente de ello. Era consciente de que ya no volvería a abrazarla, a besarla, a hacerla mía. Era consciente de que lo había dejado todo atrás.

Pero era absolutamente necesario. Mi paso sería olvidado, ella me olvidaría, y el daño que había causado sería curado. Entonces, estaría en paz.

Volví a mirarla. Sus rizos perfectos, su sonrisa angelical, sus maravillosos ojos color chocolate enmarcados por unas pestañas negras, largas y espesas.
Su cabello castaño, con ese olor tan característico que me solía embriagar cuando vivía.
Su piel, blanca y tersa como la porcelana, que a veces me hacía perder la razón y era objeto de mis caricias y besos.

¿Cómo podía haberle hecho tanto daño a un ser como este? ¿Cómo podía ella amarme?

Suspiré, y una ligera neblina me envolvió ante ese gesto. Eleine alargó una mano hacia mí, como intuyendo que yo estaba allí. Avancé hacia ella y la rodeé fuerte con mis brazos. Unos brazos que no la estaban tocando, pues yo... no era más que una presencia.

Pero ella... ella me sintió, porque ensanchó su sonrisa, a la vez que seguía llorando.

-Te amo. Te amo tanto... Nunca fue mi intención hacerte daño, Eleine. Te amo. Y lo siento... siento que hayas tenido que sufrir por mí.

La besé en los labios, y ella se estremeció. Ella sabía que yo estaba allí...

-He de irme, Eleine. Prométeme que serás feliz. Prométeme que me olvidarás. Es la única manera de que pueda descansar en paz.

-Lo prometo...-susurró ella.

-Te amo-dije por última vez. Y me alejé de ella, cortando el extraño contacto que había entre nosotros.

Y me marché para siempre. Sabía que ella cumpliría su promesa.

martes, 4 de septiembre de 2012

Máscara-Relato corto

Un ruido atronador me ha despertado otra vez, como cada mañana. Entreabro los ojos y dejo salir un bostezo inaudible. Le echo un vistazo al móvil, que descansa entre las sábanas y no para de sonar con la canción “Still loving you”, de Scorpions.

-Genial, ayer volví a quedarme dormida encima del móvil...-digo con todo resignado. 

Contengo mis instintos asesinos de estampar el móvil en el suelo y seguir durmiendo. Apago esa maldita alarma que amenaza con destrozarme los oídos y, con todo el pesar que mi cuerpo posee en ese instante, me levanto de la cama, me dirijo a la despensa, cojo un brick de leche y subo las escaleras en dirección a la cocina. Miro el reloj, pese a que sé de más y de sobra la hora que es en estos momentos.

-Joder... otra vez las siete de la mañana.

Tomo del armario un tazón y el paquete de cereales, y de un pequeño cajón extraigo una cuchara de metal. Echo la leche en el tazón, la caliento en el microondas y, cuando creo que ya está lo suficientemente caliente para mi gusto, vierto los cereales en ella, arrastro la silla delante de la mesa y me siento en ella, tomando la cuchara con la mano derecha y comenzando a comer silenciosamente. Cojo el móvil del bolsillo de mi pijama y lo conecto a Limbhad, aunque sé que a estas horas de la mañana no va a haber nadie.

Ahí... es donde comienza mi vida. 

En ese pequeño espacio reducido a una pantalla, que a veces me gustaría poder atravesar...

Sin que me dé cuenta ya son las 07:40. ¿Cuándo ha pasado tan rápido el tiempo? Tengo que vestirme...

Me levanto de la mesa y llevo la silla a su sitio. Pongo el tazón y la cuchara en el fregadero, guardo los cereales y apago la luz. Todo está en silencio. Me dirijo pesadamente hasta el armario, lo abro y saco mi camiseta de Queen y unos vaqueros casi negros. Me visto lentamente, voy al armario de los zapatos y cojo unas zapatillas converse del mismo color y textura de los vaqueros. 

Esbozo una pequeña sonrisa en la cara y miro por la ventana.

Lleno la típica botella de agua que todos los estudiantes pueden llevar al instituto, la meto en la mochila y salgo por la puerta. Hoy salí con tiempo... el suficiente tiempo de pensar en todo lo que sucede a mi alrededor. La sonrisa en mi cara... ¡que nunca falte! Mis ojos llenos de miedo, que nunca miran a nadie directamente, también son indispensables. Mis palabras vacías e inaudibles, que nadie oye y nadie hace nada por oír... qué más da que nadie las escuche. Ellos no van a intentar conocerme, ¿verdad? No les importo. Nunca voy a importarles. ¿Por qué mostrar la verdadera cara de la moneda si estoy segura de que no será la que caiga hacia arriba?

Una vez tuve vida-Microrrelato random.


20 de junio de 1885

Es tarde, demasiado tarde, para echar la vista atrás y decir que nunca me conociste. Te odio profundamente. Sabes que ya no puedes hacer nada y quieres eliminarme. Pero...¿sabes qué? No es tan fácil. Llevo la muerte en las manos, te buscaré y te arrebataré la vida. Te destruiré. Parece tan fácil... Me has hecho sufrir tanto que imagino mil formas de matarte y ninguna sacia mi sed de venganza. Tú me has convertido en lo que soy ahora, tú me condenaste. Y ahora... tú... morirás. No puedo creer que lo único que me mantenía vivo fuese tú. Pero era tan sencillo de entender que comprendí an instante que perderte era morir. Pero ahora ya ves, estoy aquí, vivo, he vuelto y no te resultará fácil volver a matarme. Solo quien ya la ha visto una vez puede afrontar a la Muerte. Yo soy una de esas personas.

20 de junio de 1890

Por fin te he localizado. Estás ahí, suplicando por tu vida, sin saber que la mía se fue contigo. Sabes que éste es tu último día y tratas de resistirte. Chiquilla inocente... No puedes escapar de mí, te seguiré como un aliento gélido que azota la mañana. Hacia donde tú vayas yo te seguiré. Soy como tu sombra. Y, por fin, después de tantos años, te he encontrado. Oh, hermosa dama, tus facciones siguen igual que hace cinco años, cuando pronunciaste las palabras que rompieron mi corazón. Son cinco años justos. ¿Quieres saber por qué he esperado tanto? Fácil... quería urdir una forma de arrebatarte la vida que fuera profundamente dolorosa para ti. Y ahora la he encontrado. ¿Sabes la única forma de matarte con dolor? Te miraré a los ojos y te clavaré un puñal en tu oscuro corazón. Nadie lo sabrá, a nadie le importas. No notarán que abandonas el mundo de los vivos. Eres tan cruel e hipócrita... Creías que no regresaría a buscarte. Y ahora que tu alma es mía, que mi sed de venganza ya no tiene razón de ser... Ahora ya he cumplido mi papel aquí.

21 de junio de 1890

He realizado mi trabajo tal y como se esperaba. Qué menos... Ahora ya puedo morir en paz. No darás más problemas. Ya no irás por ahí rompiéndole el corazón a más caballeros. Eso es lo que siempre fuiste, una furcia. Ya no volverás a serlo. Tu alma ahora es mía.

lunes, 16 de julio de 2012

Ojos de plata-Relato corto

Alejandra se acurrucó en la ventana, alzando sus ojos al cielo. Era medianoche, y la Luna brillaba en lo alto del cielo, llenando todo de su color plateado, incluso los ojos de la joven. Todas y cada una de las noches, desde hacía años, Alejandra se sentaba en el alféizar de la ventana y comenzaba a susurrarle a la Luna todos sus problemas, sueños y ambiciones. 

-...pero me estoy cansando de esperar...-susurró.

La Luna la observaba muda desde el cielo. Obviamente, no podía responderle, pero Alejandra sentía cómo era la única que la comprendía y escuchaba, y la ayudaba el hecho de contarle sus problemas a alguien o algo... aunque fuera un astro.

Tras un largo rato, Alejandra se bajó del alféizar, se despidió quedamente de la Luna, cerró las cortinas y se metió en la cama, quedando profundamente dormida a los pocos minutos.

En ese mismo instante, un pequeño resplandor plateado refulgó en la habitación de la chica, desapareciendo tras unos segundos, pero ella no se dio cuenta porque tenía un sueño profundo. En lugar del resplandor apareció una diminuta chiquilla, con el pelo rubio y ondulado, vestida con pantalones blancos y chaqueta amarilla y piel muy blanca, que se encaminó corriendo hacia la cama todo lo rápido que sus pequeñas piernas le permitían. Se encaramó en esta y subió hacia el hombro de Alejandra, para después dirigirse hacia la cara. Ésta siguió sin despertar. La chiquilla sacó de un pequeño bolso marrón un lápiz rojo que brillaba, y lo acercó a los labios de la joven. Moviéndolo podía conseguir que los labios de Alejandra tuvieran muchas formas diferentes, pero con una pequeña risa cantarina, la diminuta chiquilla dejó de juguetear con su lápiz mágico y la forma que quedó fue...

...una sonrisa.

Viendo su labor cumplido, guardó el lápiz de nuevo en el bolso, le dio un besito en la nariz, bajó de la cama y volvió a desaparecer entre destellos plateados, quedando esta última frase en el aire:

-Dulces sueños, Alejandra.

Ésta se removió en la cama.



Alejandra entró a un local no muy lleno, donde pensó que se sentiría tranquila. Fue a la barra y pidió una copa, se la sirvieron y se sentó en un sofá a observar a los rebeldes bailarines que estaban en la pista.

Siempre le había gustado ese local, y quedaban muy pocos. Cuando era pequeña se perdió y fue a parar ahí, y una gran variedad de música acogió su llegada, envolviéndola en su seno con grupos como Queen, Guns N’ Roses, Nirvana o Bon Jovi. Fuera, el letrero decía: “World of rock”, y dentro, situado al lado de la entrada, había un cartel que rezaba así: “Welcome to the world of rock”. Aquel sitio estaba lleno de fotos de artistas, y tenía una pista de baile y al fondo un escenario con dos guitarras, un bajo, una batería, un teclado y un micrófono, y al lado de estos, unos amplificadores. En una esquina del local se hallaban unos grandes altavoces conectados a una minicadena, con un montón de discos desperdigados de las más distintas bandas de rock de épocas variadas.

Aquel era su santuario, un lugar donde se sentía comprendida por gente a la que, a pesar de no conocer, sabía que con ellos tenía algo en común: su amor por la música.

La canción que sonaba en ese instante (Smells Like Teen Spirit-Nirvana) acabó, dando paso a un tema menos duro. Alejandra abrió los ojos sorprendida. Era una de sus canciones favoritas (I was born to love you-Queen). La música arrastró a varias parejas a la pista de baile y ella los miró, sonriendo, sin percatarse de la presencia de una persona delante suya. Cuando al fin le miró, vio a un chico de unos dieciséis o diecisiete años alto, moreno, de ojos verdes y con una camiseta de Queen, que le tendió una mano y le dijo:

-¿Me concede este baile, hermosa dama?





Alejandra abrió los ojos y se los frotó con el dorso de la mano. Esa mañana se había despertado feliz, así que se vistió con una camiseta de Queen y unos shorts negros, unas botas del mismo color y el cabello suelto. Hizo la cama, arregló su habitación y bajó a desayunar a la cocina (cosa que no era para nada su costumbre). Estaba sola en casa, porque ni su hermana Adriana ni sus padres se hallaban en ella, así que se puso a echarse unas partiditas en la Play hasta la hora de comer. Comió una ensalada y volvió a la Play. Su familia seguía sin volver y no se había molestado en avisarla (muy típico), pero le dio igual. Cuando dieron las diez de la noche, dejó la Play de lado y se decidió a salir con la misma vestimenta de todo el día.

Caminó por las calles y se dirigió, aparentemente, a ningún lugar en concreto, cuando sintió que algo estaba haciendo sombra entre la luna y ella. Miró hacia el cielo y encontró a una chiquilla diminuta volando, literalmente, hacia el astro. Se giró lentamente, le dirigió una sonrisa y siguió volando. Alejandra siguió mirando hacia el cielo hasta que la chiquilla desapareció, y entonces lo comprendió todo.

Se dirigió hacia el local “World of rock".

Antes de entrar, miró a la Luna una vez más, y sus ojos despidieron un brillo plateado. Silenciosamente le dio las gracias y se adentró al santuario de la música. Su santuario.

Sabía lo que encontraría dentro.

Sus ganas de seguir adelante, lo que le diera sentido a su vida.

La Luna se lo había mostrado en un sueño y, por una vez, sus sueños se harían realidad.